sábado, 7 de febrero de 2015

LAS RUBIAS NO SON TONTAS, SON MALAS

En este ejercicio televisivo nos hemos topados con dos rubias que de tontas no tienen un pelo. Ya hablé de ella hace poco pero no puedo por menos que volver a mentarla. Con la boca abierta me ha dejado Belén Rueda haciendo de malísima entre ola y ola de Antena 3. Me parecía difícil, aunque siempre he confiado en su profesionalidad, que con la imagen que teníamos de Lucía, señora de Serrano, o de aquella fotógrafa de Periodistas, Rueda pudiera hacerme creer que es capaz de empuñar una pistola y darme miedo y no una lección moralista. Pero puede. Y de qué manera. Le ayuda mucho esa extraña delgadez que presentó tras rodar El Orfanato y el extraño corte de pelo que le ha dejado el naufragio post-boda, pero sobre todo le ayuda el carrerón que lleva como actriz y las ganas de superarse. Rueda es, sin duda, un ejemplo de cómo reinventarse a sí misma cuando la vida te más que palos: perder una hija, enfrentar un divorcio... cosas que le pueden pasar a cualquier pero que no le pasan a nadie y que a ella no le han minado las fuerzas ni un ápice para no quedarse en la comodidad de los personajes televisivos e inocentes, sino que le han servido para llegar a los más atormentados personajes cinematográficos y a vueltas de tuerca como esta naúfraga con piel de cordero. Me quito el sombrero y dejo la boca abierta. Lamentablemente, la vuelvo a cerrar y recupero la protección de mi sesera ante la Duquesa por excelencia. No, no la de Alba. Me refiero a Amaia Salamanca y su Gran Hotel. Seguro que se lo han dicho mil veces, pero ella no aprende: en este mundo egoísta y caprichoso del placer por el visionado de la ficción, no vale con una cara linda y unos ojazos como los suyos. La clave está en saber transmitir al espectador los sentimientos que el guión te obliga a tener. Y no hay mejor prueba de ello que el hecho de que casi todos los actores feos, son buenos, o al menos, creíbles (algo a lo que también ayuda mucho su imagen, dicho sea de paso). No niña no. Que te dén unas clases de interpretación, pocas, justas, las necesarias que no eres mala, solo hay que moldearte. Y sobre todo, que te enseñen a hablar sin cantar y sin que cualquier cosa que salga de esos labios suene exactamente igual que la anterior. Te maquilles y te vistas como sea. Una última reflexión: ovación para Ramón Campos y los suyos, porque todo lo que toca Bambú se convierte en oro. Y no del moro.

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