ESTE ES UN PEQUEÑO TEXTO DE FICCIÓN QUE ESCRIBÍ EN UN TALLER DE ESCRITURA. ESPERO QUE LO DISFRUTEIS.
Según
la Real Academia de la Lengua, el odio es la
aversión hacia algo o alguien cuyo mal se desea. Me hace mucha
gracia esta definición. Los académicos no tienen ni idea de lo que
es el odio.
No
alcanzo a entender muy bien cómo ha pasado, pero hoy puedo decir con
absoluta convicción que odio a mi mujer. Cada poro de mi piel la
aborrece de una manera diferente. Me enferma de tal modo que mis
instintos asesinos están alcanzando nuevos límites. La
definición de mi mujer carece totalmente de adjetivos agradables.
Ella sola es una falta de respeto para la raza humana.
Quizá
usted piense que esta animadversión puede considerarse casi normal
dentro de un matrimonio. Muchas parejas terminan siendo dos
desconocidos bajo un mismo techo sin motivo alguno para llevarse
bien, pero lo que mi señora provoca en mí es algo distinto. Soy un
volcán a punto de estallar, un cohete en la cuenta atrás, la
parrilla de salida de la Fórmula 1 un domingo por la mañana. Para
que se haga una idea, nunca había tenido ganas de matar a nadie
hasta que la conocí.
No
puedo negar que hubo un pasado en el que nos amamos, pero ese tiempo
está más cerca del Pleistoceno que de la realidad. Odio el modo en
que camina con prisa sobre la tarima enmoquetada de nuestra casa,
como si estuviera dispuesta a acabar hasta con el más diminuto
resquicio de vida. Odio cómo entra hablando sola en cualquier
estancia, interrumpiendo el silencio con sus estúpidas ideas. Odio
cómo da su opinión sobre cualquier tema dando por hecho que el
resto
estamos de acuerdo. Odio cómo se frota los dientes con tal fuerza
que la silueta del cepillo parece un esperpéntico fuego artificial.
Me repugna el volumen de su voz. Aborrezco su canalillo arrugado. Su
expresión mezcla de superioridad y amargura me provoca arcadas.
Soy
consciente de que querer matar a mi esposa me convierte a mí en el
malo de la relación, pero esa histérica provoca tal maremágnum de
asqueo en mi persona, que mis sentimientos homicidas se han
convertido en algo con lo que convivo día a día. Sé que sucederá.
Una mañana, alguno de sus impensables comentarios tras leer la
noticia de turno, hará que no soporte la temperatura de mi sangre y
no podré quedarme quieto ni callado. Cuando me pregunte mirándome
por encima del hombro, desde su pedestal de barro, que para qué
entreno a los alevines del fútbol del barrio si no hemos ganado
nunca o que para qué voy al gimnasio si nací con barriga cerveza,
rodearé su cuello con mis manos. Apretaré, poco a poco, sin decir
una palabra, solo enfrentando directamente su mirada. Saborearé cómo
se escapa el aliento de su cuerpo, cómo su piel muta del rojo al
azul, cómo sus ojos atraviesan los míos para mirar al infinito
anegados en lágrimas. Finalmente, cesará su esfuerzo por seguir
viviendo a expensas de minar la moral ajena Quizá me juzguen y me
priven de libertad, pero yo sabré que he librado al mundo de un mal
mayor. Su sola presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario