martes, 10 de noviembre de 2015

EL SÍNDROME DE LA SILLA VACÍA


Nuestro tiempo se ve asolado por una dolencia demasiado común y con difícil curación: el síndrome de la silla vacía. La última tragedia provocada por esta enfermedad ha tenido lugar aquí, en Zamora. Cuatro amigos de diferentes personalidades y estilos de vida se dieron cita en un conocido local de la ciudad para ponerse al día con un café caliente. Tras los típicos “hola, ¿cómo te va?”, la conversación duró unos escasos 10 minutos. Sonó un wassap. Yo era uno de esos amigos. Con pánico, a cámara lenta y gritando mentalmente un aterrador ¡NOOOOOOOOOOOOO!, vi como mi colega cogía el infernal aparato de la mesa y se sumergía en un autismo digital. Antes de poder comprobar si mis otros
compañeros se encontraban bien, Facebook y Twitter también los habían atrapado. Desolada y con mi café aún caliente entre las manos, levanté la mirada con la esperanza de no ser la única damnificada, pero todos los cuellos presentes describían un ángulo en descenso hacia la terrorífica luz de una pantalla. Salvo una persona. Al comprender que éramos las únicas mentes que áun pensaban sin depender de una red social, nos acercamos a la barra, nos presentamos y charlamos, resultando una gran tarde con mejor conversación. Mis amigos subieron fotos a Instagram de nuestra “#superquedada #amigosparasiempre #porestosraticosjuntos”. Tres cafés con su original espuma decorada y fondo difuminado.

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