viernes, 27 de marzo de 2015

ALGO ZAMORANO

Esta semana, como buena zamorana de nacimiento, no puedo escribir de otro tema que no sea la Semana Santa. No es la primera vez que me enfrento a esta difícil y seria tarea pues sé que mis palabras serán leídas (y saboreadas y disfrutadas, espero) por mucha gente, amante también de estas fechas, que puede compartir mi opinión o no. Por ello, es mi responsabilidad no herir ni ofender los sentimientos de nadie.
En pasadas ediciones de este semanal, en años anteriores, he escrito sobre qué me recuerda la Semana Santa, a qué huele, cómo suena, lo maleducada que se vuelva la gente cuando la primera fila está en juego, la emoción que nos embarga a los zamoranos en determinados momentos de estos días y un largo etcétera. Pero, pensando en qué me quedaba por contar de mi momento favorito del año, me he dado cuenta de que nunca he contado por qué me gusta la Semana Santa.

La explicación es sencilla. Nací con ella, la llevo en las venas, forma parte de mi ADN, es una parte inseparable de mí porque si no me gustara la Semana Santa de Zamora, no sería yo. Me gusta la Semana Santa porque me encanta cómo se llena Zamora de gente, gente de aquí que el resto del año casi no sale da casa y reniega de su tierra pero que en estos días se enorgullece de haber nacido aquí; gente de fuera, que viene para ver qué es eso de lo que todos hablan y se llevan la mejor impresión posible de esta ciudad. También porque me gusta tener un motivo poderoso y pasional para aguantar el frío, la lluvia y el viento entre risas y pipas. Me gusta la Semana Santa porque es música. Es instrumentos de metal y percusión, es la banda sonora de Zamora. Me gusta porque me encanta correr, réflex en mano, buscando el mejor rincón y la mejor imagen. Me encanta porque hay tradiciones que se repiten cada año y no cambian anque pase el tiempo y las caras diarias no sean las de siempre. Ese chocolate a las cinco de la mañana con los amigos de toda la vida, ese día en el que eres tú el que sale y no el que observar, y para ti y toda tu familia (porque sale entera en la misma procesión) no existe nada más durante 24 horas que la vestimenta oficial y obligaroria, la cera de las velas, el mechero, las almendras para repartir, las mil capas de ropa en plan cebolla y un sinfin de detalles que se repiten cada 365 días y, sin embargo, son diferentes cada año. 

Me gusta la Semana Santa porque soy zamorana, porque soy Semana Santa. Porque aunque muchos digan que todas las procesiones son iguales cada año, yo siempre descubro, vivo y, sobre todo, siento algo nuevo, único e irrepetible. Zamorano. 

Recuerda que también puedes leer mi columna en El Día de Zamora

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