jueves, 30 de abril de 2015

SABER SER UNO

Es inevitable. Nadie sabe cómo, cuándo ni por qué pero sucede miles de veces al día en todas las partes del mundo y nadie ha muerto de ello. Las parejas se rompen. Cada vez son menos los dúos que se convierten en auténticas familias, en las que uno no concibe la vida sin el otro. Los novios dejan de quererse; los matrimonios se separan, con o sin hijos; como sabiamente decía Rocío Jurado, el amor se rompe de tanto usarlo. ¿Es esto una tragedia? Obviamente duele; unas veces más, otras menos, pero pasar de ser dos a ser uno no es una transición fácil. Sin embargo, la triste realidad es que romper con alguien no es una tragedia griega. Y, por difícil que lo vea quien lo esté viviendo, tiene su lado bueno. Cuando una pareja deja de serlo, aparece el temido pero tremendamente necesario momento de estar solo. El ser humano es un ser social con muchísima vida interior. Característica que a menudo se olvida cuando proyectamos toda nuestra actividad en la pareja. Es muy bonito estar preocupado de si cuando él/ella llegue a casa tendrá la comida hecha o si es mejor quedarse en casa que salir para que el otro descanse. Pero también es algo precioso dedicar tiempo al conocimiento de uno mismo. A descubrir que nos gustan más los días de lluvia que los de sol, a pasarse hora buceando en un libro o enganchado a una serie, a no estar pegado al teléfono como si fuera una extremidad prolongada.

Porque para ser dos, primero hay que saber ser uno.

Recuerda que también puedes leer mi columna en El Día de Zamora

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