viernes, 15 de mayo de 2015

DESENTONANDO POR LA VIDA

Circula por Internet una imagen que reta a quien la lee a ir por la calle sonriendo para comprobar cuán divertido es desentonar con el resto de transeúntes. Yo, que no soporto que me desafíen, gané mi propio duelo hace unos días, gracias a un autobús lleno de buena gente, que me hicieron disfrutar de un fin de semana increíble, lleno no solo de sonrisas auténticas, sino también de momentos inolvidables. 

En un cinematográfico instante de esa excursión, con el sol dorándome el rostro, el viento azotando mi cabello y la playa al fondo, fui consciente de que llevaba 24 horas sonriendo y pensé "esto no vale. Sonreír fuera de la realidad del día a día es muy fácil". Así que, pasadas esas maravillosas horas de desconexión, enfrenté el lunes dispuesta a marcar la diferencia en todas y cada una de las calles por las que pisara. Para mi sorpresa, tampoco fue demasiado difícil. Al obligarme a contraer mis mejillas y enseñar al mundo mis nada perfectas perlas bucales, los problemas desaparecieron de mi cabeza. No es que se solucionaran sin más, si no que mi mente no quiso ir en contra de la deseada sonrisa y dejó de girar y dar vueltas por cosas que no tenían solución hasta que no pasara algo de tiempo.

La gente me miraba raro, con el ceño fruncido, y eso me hacía sonreír más, casi hasta la carcajada. Inconscientemente, la música llenaba mis neuronas y mi propio videoclip cobraba vida.
Días más tarde, me topé con un buen amigo para quien esto de sonreír ya es un modo de vida más que una costumbre. Le pregunté que cómo lo hacía porque a mí, pese a que me estaba gustando la experiencia, me empezaban a doler las mejillas. Su respuesta agrando mi sonrisa más aún. "La gente deja de sonreír porque permite a los problemas vencer, sin darse cuenta de que, si le echaran más sonrisas a la vida, probablemente los solucionarían antes". Touché, mon ami.

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