viernes, 29 de mayo de 2015

TENGO MIEDO ¿Y QUÉ?

Hay dos cosas en esta vida que nunca me gustarán. Las montañas rusas y las películas de terror psicológico. Sin embargo, puedo presumir de haber montado en varias atracciones de este tipo y de haber visto largometrajes de este género. Por eso, cuando digo que no me gustan, sé de lo que hablo.

Así aprendí que la única manera de superar un miedo o de tener la certeza de que no se puede o no se quiere superar, es enfrentándose a él. Yo puedo decir, con la cabeza bien alta, que las probabilidades de que monte en el Superman del Parque Warner o de que vea The Ring (Gore Verbinski, 2002) son bajas, porque sé que no son experiencias que me vayan a aportar nada positivo. Ya las he vivido y no me han gustado.

Sin embargo, no he dejado que esto me impida disfrutar de vivencias parecidas. Así que, si me proponen subirme a una grúa que me eleve 20 metros por encima de Zamora, no me niego, porque sé que, cuando vuelva al suelo, estaré orgullosa de mí misma y habré vivido algo que no se paga con dinero. O, si mi panda me propone ir a ver una película sobre asesinos que vuelven de sus tumbas para vengar su muerte, voy al cine, aunque me pase los 120 minutos de metraje con los ojos tapados. Las risas que nos echaremos mis amigos y yo, valdrán cada céntimo de la entrada.

Con todo ello, les vengo a decir que la valentía de enfrentarse a los miedos del día a día es, muchas veces, tremendamente difícil de encontrar y poner en práctica. Por experiencia, les digo que enfrentar esos pequeños miedos, los reduce aún más y nos anima a hacer frente a problemas mayores. Sin embargo, una vez superado ese objetivo que para otros no es tan importante pero para nosotros es un muro de hielo de 400 metros, uno se siente mejor individuo, más seguro de sí mismo, capaz de lograr cualquier meta. Y esa sensación, siempre merece la pena.

Recuerda que también puedes leer mis columnas en El Día de Zamora

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