lunes, 25 de mayo de 2015

Y EDURNE AMANECIÓ

Pasada ya la jornada de reflexión (post Eurovisión, se entiende), tengo más claros los pensamientos que, respecto a Eurovisión, quiero compartir. 

Vamos a empezar por lo bueno, porque de lo malo cada uno tiene más de una opinión (excepto de que el número 21 es muy desagradecido en este caso). Poco puedo decir sobre la actuación de Edurne. Ya se encargó ella de cerrar muchas bocas incrédulas (la mía entre ellas lo confieso). En un principio, "Amanecer" me pareció un tema... soso, vamos a llamar las cosas por su nombre. Vocalmente daba mucho juego para que la extriunfita se luciera ante toda Europa, pero musicalmente pedía un final tan apoteósico como el del temazo que hace dos años llevó Pastora Soler o el que defendió Ruth Lorenzo en Eurovisión 2014 (ahora que lo pienso, quizá a Estocolmo deberíamos llevar a un cantante masculino, un grupo o algo que nos desmarque un poco de la tendencia de las últimas representaciones españolas).

Pero cuando la rubia apareció en el escenario y abrió sus hermosas fauces, dejó boquiabierto y sin palabras a más de uno. No solo ejecutó a la perfección cada uno de los acordes (el gallito final se lo perdonamos por la emoción), sino que le puso toda la pasión que le falta a la melodía con un improvisado lagrimón que fue el mejor efecto especial. Edurne llenó el escenario (y eso que el montaje luminoso no le hizo justicia). Se paseo de un lado a otro impregnando el auditorio de ese tremendo chorro de voz que su ADN le ha dado. Sus movimientos, aunque incomprendidos, fueron defendidos con seguridad, decisión y arrojo. A Giuseppe, como bailarín, no se le puede recriminar nada porque, a parte de ser un regalo para la vista, actúo como el perfecto complemento de la cantante.

Y aquí viene el gran pero. Pese a que la elección de los vestidos me pareció más que acertada, he de decir que España lleva fallando muchísimos años en la escenografía que presenta a Eurovisión. Cierto es que la teoría más sentimental dice que el festival lo ha de ganar la mejor voz y la mejor composición pero, poniéndome un poco Risto, a día de hoy el festival lo debe ganar el mejor artista. Es decir, el que mayor espectáculo AUDIOvisual lleve. Niénguenme que el sueco, pese a que defendió su candidatura de un modo más que correcto y digno de ganar, tuvo un tremendo apoyo con el muñequito que lo acompañaba (tremendo trabajo de producción, todo hay que reconocerlo). España siempre lleva las mejores voces y los mejores trajes pero siempre falla en la escenografía. No arriesgamos, no hacemos nada original, no impactamos a público ni a jurado. No salimos de los convencionalismos del mundo de la música.

Como han podido comprobar, ya he entrado en la parte negativa del festival pero me quedan cosas en el tintero. Para empezar, aún no entiendo por qué las musas de Hércules llevaban dos micros para presentar (el típico micrófono de petaca y otro de mano). Pequeño detalle si lo comparamos con el tremendo despropósito que fueron los subtítulos de TVE. Entiendo que poner por escrito los comentarios de Jose Mária Íñigo en tiempo real no es una tarea sencilla pero una cosa es poder culpar a la rapidez de las erratas y otra escribir las preguntas en inglés con dos interrogantes, que los subtítulos de las canciones no correspondan con la actuación presente sino con la siguiente o escribir frases sin sentido como "uno nunca sabe qué tipo de cáncer (canción querrían decir) hay que llevar a Eurovisión". O subtitulaba el corrector de Android o no me creo que la televisión pública no encontrara a nadie con un nivel de inglés apto tanto para subtitular como para dar las puntuaciones.

Respecto a estas, solo voy a comentar que el reparto de Portugal y Alemania fue tan injusto con España como los eurofans con la coreografía de Azerbaiyán. 

Creo que no me dejo nada importante que comentar pero no puedo dar por concluido este post sin dejar prueba escrita de la mayor evidencia de Eurovisión 2015: la actuación de España fue más que merecedora de entrar en el top ten.

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