Imagina que cada mañana al despertar, te fallara la vista. Solo ves
manchas, borrones sin definición. No puedes distinguir el rostro de tus
seres queridos, ni el tuyo propio, ni los utensilios para desayunar o
asearse. Imagina que en la playa, no puedes ver la espuma de las olas,
las embarcaciones en el horizonte o a Lorenzo diciendo adiós a última
hora de la tarde. Imagina que para lograr recuperar tu visión, debes
encontrar un artilugio y colocarlo frente a ti o dentro de tus ojos,
según el modelo del aparato, y mantenerlo así todo el día. Una odisea,
¿no?
A este
desenfoque permanente se enfrentan cada día las personas que se ven
obligadas a utilizar gafas o lentillas por deficiencias en su visión.
Por eso duele tanto ver cómo se maltratan los ojos de quienes disfrutan
de un perfecto sentido visual. Realmente, no saben lo que tienen.
Oímos cada verano que es muy recomendable usar gafas de sol de buena calidad (no las que regalan con cualquier publicación). Pero el sol no es el único enemigo de nuestra vista. En los últimos año, hemos aumentado de una manera brutal las horas de exposición a la radiación azul, que está contenida en todo espectro de luz blanca pero muy especialmente en pantallas de ordenadores, móviles, tabletas, televisores, etc. Es algo así como los rayos UVA para la piel, es decir, nocivo y muy dañino. Protegerlos de la luz azul es tan sencillo como hacerse con los filtros adecuados para pegarlos en las pantallas mencionadas y... ¡listo! Lo que a simple vista es un plástico naranja nos separa de una salud visual óptima (¡ojo! No vale cualquiera. Hay que informarse).
Por tus ojos, por todo lo que te regalan, aprecia lo que tienes.
Recuerda que también puedes leer mi columna en El Día de Zamora
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