viernes, 3 de julio de 2015

SEGUNDO ASALTO


Si hay algo difícil en el loco e impredecible mundo de las emociones son las segundas oportunidades. Difícil, complicado y un montón de argumentos para no darlas. 

Por un lado, quien la pide generalmente lo hace porque se sabe equivocado. El primer paso para lograrla es admitir el error y encontrar la valentía para pedirla. Se ha de ser consciente y aceptar que puede haber una respuesta negativa y ninguna ocasión de recupera la confianza ajena que se perdió por error garrafal. Pero... ¿quién no ha tomado una mala decisión con consecuencias más allá de lo pensado? Todos metemos la pata y, a veces, hasta el fondo más hondo. 

Para quien debe concederla, tampoco es una situación fácil. No existe pegamento emocional capaz de reparar una confianza rota y perdida; por mucho que estiremos un folio tras arrugarlo, nunca será el mismo folio. Se mezclan entonces el peligroso ego, lo difícil que es perdonar (aunque mucha boca se llene presumiendo de hacerlo a diario) y el riesgo de una nueva decepción. 

Las segundas oportunidades nunca son sencillas pero el ser humano emocional disfruta tropezando dos, tres y cuatro veces en piedras idénticas. A los que están alrededor solo les queda aceptar la nueva visita al firme y tender la mano al caído, porque cuando ellos tropezaron en el pasado, alguien les ayudó. 

Y si no, ya les tocará besar el suelo. 

Recuerda que también puedes leer mi columna en El Día de Zamora

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