viernes, 11 de septiembre de 2015

MANOS DE ESCRITOR

Siempre que nos cruzamos con unas manos curtidas por el sol y  cubiertas por la tierra sabemos que su dueño es un ser trabajador. A mí siempre me dijeron que tenía manos de princesa. Blancas y suaves, con algún que otro estratégico e inusual lunar. Con el paso del tiempo y pese a que me dedicaba en cuerpo y alma a mi profesión siempre que la vida me lo permitía, mis manos mantenían el mismo aspecto. Escribía y escribía en periódicos, revistas, blogs y cualquier medio que me lo permitiera pero miraba mis manos y no tenía la certeza de que reflejaran mi esfuerzo profesional. 

Me fui olvidando del tema pero seguí escribiendo cuanto podía. Artículos, entrevistas, reportajes, relatos, cuentos, columnas y un largo etcétera que, espero, sea eterno. Un día, volví a mirar mis manos. Ligeramente envejecidas por el paso del tiempo, en esencia eran las mismas, y la misma preocupación de antaño se apoderó de nuevo de mí. ¿Estaría trabajando poco? ¿Mi esfuerzo sería deficiente? Con un zoom manual, observé más de cerca. Y sonreí. Descubrí que la piel en torno a mis uñas ya no era inmaculada sino seca y dura y que la parte exterior de mis pulgares se había aplanado por el ser el dedo que se usa para pulsar la barria espaciadora del teclado del ordenador. 

Esas son mis marcas de trabajo. Las que señalan que tengo manos de escritor y de las que estoy profundamente orgullosa.

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